jueves, 29 de marzo de 2012

UN CANTO A LA ESPERANZA


Urces en flor con olor a mayo

Abre las compuertas de la luz,
para que inunde las sombras
de tus ojos.




El sol se pone tras La Chana

Descarga en aguacero
El cielo amenaza con desplomarse de golpe sobre las cortinas (Detrás de la casa de José y de Pura)
los negros nubarrones.
Aparta la hojarasca del bosque
que te ciega.
El río, en el Retorno
Tuya es la luz
y el cielo despejado,
limpio el horizonte.

Y ahora sí,
ahora es el momento
de vencerte a ti mismo,
de desnudar tu alma.

Ahora o nunca.
Levanta la cabeza
y reta al infinito.
Presa del Rebollar (en el Retorno)

Emprende el vuelo
del águila aguerrida.

Idem anterior
Ya eres libre (como el agua)
Tuya es la VICTORIA.

domingo, 18 de marzo de 2012

HOMENAJE A MI PUEBLO




Valle largo, longo, luengo,
los fresnos cubren tus sombras[1]
y los prados van tejiendo
de terciopelo una alfombra.

Manan las fuentes calladas,
goteando los recuerdos.
 Pasan las aguas pausadas,
de añoranzas y requiebros.[2]

El pueblo de Valleluengo,
un pueblo honrado y unido,
flor de otoño cara al viento,[3]
y el aliento ¿ya perdido?[4]

Queda la memoria viva,
que es patrimonio la historia,
que la gente no se olvida,
que está cargada la alforja.[5]

Saludan las chimeneas
con olores de matanza,
la madre al fuego remienda
la vida con mimo…y canta.

Campos sembrados de pan,
 hoja de arriba y de abajo,[6]
campos que destilan paz
con fatigas, con trabajo.

La frente perlada en soles,
el trigo es oro en la era.
Van macerando en sudores[7]
las gentes en esta tierra.

San Blas y Santa Marina,[8]
Corpus de olor a sanjuanes,[9]
fiestas de gaita y mantilla,[10]
que corra el vino a raudales.

Hay un silencio que oprime[11]
la tierra desheredada,
nadie se atreve y redime
tantas afrentas causadas.[12]

Izan banderas de fiesta[13]
las gentes que se resisten,
levantan la voz de alerta,
no se aflojan, no se rinden.

Valleluengo por entero,[14]
Valleluengo, pueblo unido,
tus recuerdos, como el viento,
se deshacen en suspiros.

Nadie en su sano juicio
se oculta ni se avergüenza
de haber dormido en el bricio,[15]
de haber mamado la teta.

No es de gente bien nacida,
quienes de alguna manera,
de sus raíces se olvidan,
dejando el árbol que muera.






[1] Desgracias, males, malos presagios.
[2] Lisonjas, piropos, galanterías
[3] Flor de vida corta, endeble, frágil. Cara al viento: expuesta a los peligros, a la intemperie, desvalida.
[4] El aliento: la esperanza
[5] Referida a la memoria, cargada de recuerdos. Recuerdos que se van desgranando en las estrofas siguientes.
[6] En el pueblo el campo, para su cultivo, se dividía en dos zonas u hojas separadas por el valle de Bajo los Quiñones y Valdiguicia. La Hoja de Arriba era la que quedaba hacia Santa Eulalia y Peque y la de Abajo hacia La Milla y Rionegro.
[7] El trigo es oro en la era.- La cosecha del trigo suponía  el sustento de todo el año. Quien más quien menos venía a recoger entre seis y diez cargas (1 carga = 12 heminas. 1 hemina = 11 kgs). Van madurando, tomando conciencia de la situación, van forjando su personalidad.
[8] Fiestas patronales del pueblo
[9] El día del Corpus se engalanaban las calles por las que pasaba la procesión. Se cubría el suelo de ramas y flores de los sanjuanes (cantueso, de olor similar a la lavanda o al espliego) y el fenoyo (hinojo). Las paredes se tapaban con ramas de fresno o de álamos.
[10] Todas las fiestas del pueblo estaban amenizadas por el sonido de la gaita. Llamaban al ti Nofre, de Otero o al ti Francisco, de Valdesantamaría. Las mujeres lucían los rodaos y los mantones de Manila.
[11] Referido a la soledad y al semiabandono actual del pueblo.
[12] Tantos olvidos y desprecios por parte de las instituciones.
[13] Porque todavía hay una luz de esperanza. Ahí están los jóvenes, que se les ve con ganas, (yo lo veo en el facebook).
[14] La totalidad del pueblo: el territorio, los recuerdos, la historia, la gente, los que están dentro y los que se fueron, los que vuelven de vez en cuando, los que ya se han olvidado, los que quisieran volver…
[15] Nombre que en el pueblo se daba a la cuna. Con esta expresión “haber dormido en el bricio” me refiero al hecho de proceder, de ser de pueblo. “Y a mucha honra”, se suele decir. Con el mismo sentido empleo "el haber mamado la teta". La gente repipi o pija, los señoritingos hablan más finolis y ellos dirán "dar el pecho". En Valleluengo siempre ha sido teta y así seguirá siendo.

miércoles, 7 de marzo de 2012

COMARCA DE CARBALLEDA



Hablo del año 1980. Entonces luchábamos a brazo partido, como jabatos, por conseguir aquellos servicios mínimos que el pueblo no tenía, ¿os acordáis? (el agua, alumbrado público, el teléfono, carretera de acceso al pueblo, etc.) Algunos pensábamos que, más allá de lo que pedíamos en pura justicia para Valleluengo, era necesario aunar esfuerzos entre todos los pueblos de la comarca y hacer un frente común porque juntos podíamos más y porque los problemas y las necesidades eran prácticamente los mismos para todos. Era necesario ir juntos y pelear juntos.
Empezamos por reivindicar el derecho de reconocimiento de la comarca a la que pertenecíamos, La Carballeda. Hasta ese momento se nos incluía y se nos consideraba a todos los efectos dentro de la comarca de Sanabria.
De aquellos cabreos -ahora diríamos "INDIGNACION"- salieron estos versos, al calor de la lumbre.


“Noche callada,
castañas asadas y aguardiente.

Quemando soledades,
sorbiendo las rabietas 
                              (que aún nos quedan,)
 carballeses.

Apurando el último leño,
la última esperanza.

Noche con demasiadas estrellas
para tan pocas esperanzas.

Noche de enero, fría y helada,
escuchando las calles calladas,
los silencios de un pueblo dormido.”

(Valleluengo, enero de 1980)

martes, 6 de marzo de 2012

VINO Y BODEGAS


"In vino veritas"
(en el vino está la verdad)

Con el vino se engrasan las bielas,
¡ay las bielas!, ¡ay, las bielas!
Con el vino se engrasan las bielas
y se suben las cuestas mejor.
(Canción popular)



Valleluengo no puede ni debe presumir de haber alcanzado fama alguna por la exquisitez de sus vinos. No, ni mucho menos. Los nuestros eran unos vinos más bien mediocres, flojillos, peleones. Eran vinos de andar por casa. Vinos que se bebían como el agua, pero que, a pesar de todo, tenían la fuerza suficiente (o al menos la voluntad) de resucitar el ánimo y, en más de una ocasión, por qué no decirlo, avivaban más que el ánimo y de eso puedo dar fe.
El vino no podía ser de calidad, entre otras razones, porque la uva, condicionada por la climatología y el terreno, no llegaba a alcanzar el grado suficiente de maduración. Por ese motivo el vino tenía ese toque de acidez, que te hacía chasquear la lengua y acuñar[1] los ojos bruscamente, arrugando el morro cuando lo catabas.
Cada familia tenía sus propias viñas, que cuidaba, - ¿cómo que cuidaba? -, que mimaba como a un niño durante todo el año. Incluso se permitían encargar y pagar a un guarda para que vigilara las tentaciones de los transeúntes durante los meses del verano. Al pie de la carretera apostaba la choza que, por cierto, para los rapaces no dejaba de ser un reclamo para la aventura. Era divertido cuando conseguías burlar la vigilancia, (el típico sabor infantil del juego de policías y ladrones).
Cada familia producía el vino que necesitaba para el gasto del año. Más o menos. Del mismo modo se producían los demás alimentos o recursos para poder subsistir. Formábamos parte de lo que se llamaba la economía doméstica o de consumo (yo diría de subsistencia). (Se produce únicamente lo que se va a consumir en casa, no se produce cara al mercado). Si hay necesidad de adquirir productos que no existen o no se dan en el pueblo: naranjas, pescado, etc., se recurre al trueque o intercambio: una docena de huevos (“…y los güevos siempre pa bajo…” – le decía la ti Petronila a Olibor) por un kg de naranjas, por ejemplo.

Elaboración del vino

La vendimia - finales de septiembre o a primeros de octubre - era una fiesta para todos, sobre todo para los rapaces del pueblo, porque no ibas a la escuela y, además que te lo pasabas superbién. Dolían los cadriles[2] y pesaban los cestos cargados con la uva, desde las parras hasta los talegones[3], que esperaban de pie  sobre la carreta. Pero todo eso se compensaba luego con la merienda: el catramuello[4] de pan con aquel tocino amarillento y rancio que, en aquellas alturas del año ya no quedaba de la reserva de la matanza del año anterior y, entonces, había que comprarlo al ti Casimiro, a Olibor, a Visita o a Gabilondo (todos de Peque o de Peica, que decíamos antes).
De vuelta a casa o a la bodega, ya entrada la noche, se pisaban las uvas, en una pila o lagar construido al efecto, en la bodega o en el pozal[5], si se hacía en casa. Y eso también compensaba las fatigas de la jornada. ¡Qué gozada! Imaginaos, allí descalzos, pisando, estrujando las uvas, que se derramaban a borbotones debajo de los pies. Una danza sin ritmo ni control, pero una danza libre, un juego completo de expresión corporal, uno de los ratos más divertidos e inolvidables. Imaginaos, los pies descalzos en pleno mes de octubre (los baños en el río o en la poza los Chiqueros – los únicos momentos en los que los pies podían sentir la caricia del agua – habían terminado en el mes de agosto) y aquella roña[6] negra, secular y perenne (de hoja perenne, efectivamente) se adhería como un luto perpetuo a la piel. Bueno, pues el caso es que allí, al contacto con las uvas y con el mosto la roña se ablandaba y los pies quedaban limpios como el jaspe. No pasa nada – nos decían – porque la fermentación se lo lleva todo, quema todo lo que haya de malo dentro de la cuba. Y no pasaba nada de nada, porque antes de fermentar probábamos el mosto y ¡uy, qué rico!
El mosto se repartía en las cubas y toneles. Siempre se reservaba una o uno para el mejor vino. En ese caso se echaba sólo mosto y no se abriría hasta que llegaran las faenas del verano. El resto del mosto, junto con la madre[7], iba todo junto a la cuba grande o a las demás cubas, que se rellenaban con agua, más o menos, según el gusto o las necesidades (cantidad de bocas en casa) de cada cual. Se dejaba que fermentara (que hirviera decían entonces) durante unos ocho días. A continuación se le echaba un conservante (le decían conservador) químico para que no se picara el vino y se tapaba la cuba (una pequeña ventana que tenía justo en el centro, en la parte superior) con una masa de barro. Generalmente, cuando llegaba el día de Todos los Santos se encetaba[8] la cuba y, si el vino se dejaba, ("rompe el cristal" - lo decían mirando el vaso a trasluz) pues…ya todo seguido, hasta que se acabase.
(Durante el  proceso de fermentación era necesario tomar precauciones, sobre todo en la bodega. Era peligroso respirar el anhídrido carbónico que se desprendía. Por eso, siempre se tenía a mano una vela o un candil (a la entrada de la bodega). Si se apagaba, malo, señal de que había falta de oxígeno.)

 Algunos inconvenientes

La flojedad del vino traía como consecuencia algunos efectos colaterales. Se bebía como agua y entraba mansamente, de manera que así se acostumbraba el paladar y se habituaba el cuerpo a esa dosis o ración que se ingería. Lo peor era cuando se iba a la feria o a la Carballeda o a las fiestas de los pueblos. El vino de las cantinas tenía más cuerpo y más graduación, bastante más graduación. Ese vino colocaba. ¿Qué pasaba?, pues que también se bebía como agua. Un cuartillo (cuarto de litro servido en jarras de barro de ese tamaño) y otro y otro más. La vuelta a casa, camino de la Fraga o por el camino Viejo o el camino Rionegro hubiera sido digna del mejor vídeo. No digamos si se elegía el camino del Rebollal, el que llegaba al caño del Retorno, que bajaba en picado y al final se remataba con una mata grande y espesa de zarzas. (Hubo alguien que aterrizó con todos los arreos, y de cabeza, en mitad de las zarzas. Las mozas, que venían detrás, consiguieron rescatarlo)

Aprovechamiento de los derivados (el aguardiente)

Unos días antes del comienzo de las vendimias se limpiaban las cubas, se les sacaba la madre, en este caso convertida en heces (hieces o yeces), se cargaban en la carreta y se llevaban a quemar al alambique de Uña o de Vega. El aguardiente que se obtenía se repartía a partes iguales entre el alambiquero y el que había ido a quemar. Creo recordar que por lo general se solía llevar a casa en torno a un cántaro[9]. Esa podía ser la cantidad que correspondía al consumo normal del año. ¿Es mucho? Bueno, hay que tener en cuenta que el aguardiente (más de 40º) lo tomaba hasta la abuela. En los días de invierno era el desayuno habitual de la mayoría de los hombres (un trago o dos y una galleta) y lo mismo durante la siega, por la mañanica bien temprano. Y los rapacicos, antes de ir a la escuela (también en el invierno) comían aquella rebanada de pan con unas goticas por encima (y sabía a gloria, ya lo creo). Y cuando te dolía la tripa era un tonificador digestivo perfecto (“abuela, que me duele la barriga”…y ahí tenías el truco, no fallaba nunca -por lo menos a mí-)
De cualquier modo, si a alguien le parece un consumo excesivo, voy a contar una anécdota. Sería por el año 1980. Estaba yo en Santibáñez y un día – en torno a las Navidades –  alguien del pueblo me encargó que le llevara un cántaro de aguardiente (en Santibáñez había dos alambiques y una alcoholera). Por San Blas me hizo el mismo encargo y yo le dije: “- Pero si te traje hace poco un cántaro. – Coño, sí – me contestó – pero ya sabes, todos los días moja, moja…”

Las bodegas

Para garantizar una buena conservación del vino era necesario que el lugar donde estuvieran las cubas fuera lo suficientemente fresco y oscuro (que no le dé la luz). El lugar ideal era, sin duda, la bodega. Quienes no tenían la suerte de disponer de una, pues se las ingeniaban lo mejor que podían: buscaban el rincón de la casa que reuniera esas condiciones o puede que en algún pajar o algunos, que se lo pensaron mejor, en un sótano.
La existencia de las bodegas da el grado de importancia que se le daba al vino. Una bodega era una construcción muy laboriosa, tanto por el esfuerzo y por el trabajo que suponía como por el tiempo empleado. Había que hacerla a pico y pala.
No había muchas bodegas en el pueblo, he contado ocho. Existen indicios o restos de otras que se empezaron, pero que, por alguna razón, no llegaron a buen término.

El paso del tiempo ha sido implacable y ha vencido sin compasión la mayor parte de esas bodegas. Sólo se resisten en pie dos de ellas, y no del todo. Aparecen deslomadas y medio enterradas entre la maleza.
Bodega del ti Florencio

Bodega de Celestino




Bodega de Sixto

Bodega de Ricardo y de Isaac



Bodega de Santiago Ferrero
Bodega de David

Bodega del ti Antonio



Algunas anécdotas

En la bodega, debajo de la cuba, siempre estaba dispuesto el vaso de cristal, un vaso de cuartillo, del mismo color que el vino, porque nunca había catado ni el agua ni el jabón. Antes de llenar la jarra, con la que se llenaría a continuación la garrafa de 8 l ó de 4 l, se escanciaba el vino en el vaso y se saboreaba como si de un ritual a Baco, dios del vino, se tratara.
Mis recuerdos me llevan a cuando Jesús el Cojo y también Celestino (a los que recuerdo con cariño) nos pedían a los rapaces que encontraban por el camino que les acompañásemos a buscar el vino a la bodega. Solían llevar unas farraspicas [1] de bacalao seco, sin desalar, en el bolsillo y nos las repartían. Cualquiera se puede imaginar cómo entraba aquel vino y, el bueno de Jesús y de Celestino, que nunca decían que no a casi nada, pues dame otro vaso y otro y… ¿cómo bajábamos la cuesta de la Chana?… como volanderas[2]
El cuñado de Jesús, el ti Antonio, un hombre afable y dicharachero, subía la calle con la garrafa llena. La gente tomaba el fresco – en el verano, claro está – y él pasaba sin pararse a lo largo de la calle y, el hombre, con toda su buena intención y por cumplir  con las costumbres -  no escritas, pero convenidas -  decía: “¿queréis un trago?, no ¿verdad?”, todo a renglón seguido, pregunta y respuesta unidas, sin cambio, no fuera que se levantara alguien y aceptara la invitación.


[1] Trozos en láminas
[2] Mariposas

[1] Cerrar los ojos
[2] Riñones
[3] Cestos de mimbre muy altos (1,20 – 1,50 m)
[4] Pedazo grande de pan
[5] Recipiente o artesa de madera en forma de media cuba o tonel
[6] Suciedad
[7] Restos que quedaban después de pisar las uvas (hollejo, pulpa, piel, granos, etc.)
[8] Empezaba
[9] 16 litros