Y otro año más hemos cumplido con creces con la tradición. Un año más hemos roto la rutina del diario de a bordo de este pueblo nuestro; hemos roto los silencios y hemos llenado el aire de compases bullangueros, de sones de gaita y del estruendo de los cohetes de la fiesta. San Blas bendito nos desperezó de la monotonía, tantas y tan largas las horas del invierno, acunados por el silbo del viento...
Un día de sol y de viento helado. Honor y honra a los san blases de siempre. Así ha de ser para romper el maleficio de los refranes ("Si la Candelaria (2 de febrero) plora el invierno está fora y si no plora, ni dentro ni fora...")
La excusa perfecta para buscar el amparo de la lumbre y la compasión de los guisos de cazuela.
No se hable más de las cosas mundanas, que a punto está el campanero de repicar y de llamar al orden a los fieles. Comienza la procesión.
Con paso recogido los devotos recorren en silencio y con respeto, con mucho respeto, las calles del itinerario procesional. La gaita y el tamboril acompasan y ambientan el recorrido.
Las campanas son testigos fieles, notarios que dan fe. El campanero se entrega.
Descanso merecido para los gaiteros.
CONTINÚA LA FIESTA EN EL BAR DEL PUEBLO. ARMONÍA Y CONVIVENCIA
Voces templadas, cancionero de la tierra. Voces que abrazan y voces que unen.
ES LA HORA DE COMER. ¡QUE APROVECHE!
Sopas de migas con patatas y unto para la cena de la víspera.
Carrilleras de bacalao y merluza a la vasca para la fiesta
Y ahora ya, comidos y bebidos, caras de satisfacción por el deber cumplido... Ha merecido la pena.