martes, 12 de diciembre de 2023

LEON FELIPE, NUESTRO INSIGNE POETA

 
León Felipe, al que no nos acostumbraremos todavía en considerar como nuestro,  como uno de nuestros poetas puntero, que pisara nuestros barros, que no le diera por mirarse al ombligo y se fijara que ciertamente no difería en nada del resto  de los comunes. A nosotros, mire usted, nos da como cierto rubor, cierto complejo de inferioridad, que este insigne de las letras tuviera la feliz idea de deslizarse hacia este mundo nuestro. Pero luego, reposando, se nos cae la baba y nos sentimos felices de la historia. 
Fue considerado como un poeta bohemio y vagabundo, que recorrió esos mundos de Dios las veces que quiso y tantas veces como la cartera se lo permitió. España de punta a punta, Europa, sobre todo por las tierras ácratas (aunque tampoco se pudiera afirmar a ciencia cierta que León Felipe era un anarquista fiel).
Conocido como “el poeta errante” o “el poeta del exilio”, su obra es representativa de la creación literaria que desarrollaron los exiliados de la Guerra Civil española.
Un día de abril  del año 1884 se abrió al mundo en la localidad de Tábara y desde allí fue fijando sus huellas por todos los caminos hasta tropezarse en el último que le cerró el paso en Méjico, en el año 1968. Era hijo de un notario, pero la muerte temprana  de su padre le segó sus libertades económicas e interfirió de alguna manera en su carácter de vagabundo.


LEON FELIPE DEFIENDE SU VERDAD Y NO SE AVERGÜENZA DE ELLO

Eran los primeros días de la Revolución de México "Francisco Villa",  "llegué a  México -por primera vez- montado en la cola de la revolución, corría el año 1923. Después aquí he vivido muchos años. Aquí he gritado,  he sufrido, he protestado, he blasfemado, me he llenado de asombro.
Rosas blancas  que festejan el funeral de la niña.
 Lástima
¡Qué lástima
 que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo
lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima que yo no pueda entonar con una voz engolada 
esas brillantes romanzas a las glorias de la patria! 
¡Qué lástima que yo no tenga una patria! 
Sé que la historia es la misma, l

con una voz engolada esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!            

Sé que la historia es la misma,

¡Qué lástima que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo 

lo mismo que los poetas que hoy cantan! 

¡Qué lástima que yo no pueda entonar 

con una voz engolada esas brillantes romanzas

a las glorias de la patria! ¡

Qué lástima que yo no tenga una patria! 

Sé que la historia es la misma,

la misma siempre, que pasa

desde una tierra a otra tierra,

desde una raza a otra raza,
como pasan esas tormentas de estío
desde ésta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!

Debí nacer en la entraña en la estepa castellana
Y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada:
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la montaña.
Después… ya no he vuelto a echar el ancla
y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
y el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla.
¡Qué lástima que yo no tenga un abuelo
que ganara una batalla, retratado
con una mano cruzada en el pecho,
y la otra mano en el puño de la espada!
¡Qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!

Porque… ¿qué voy a cantar
si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,       
con una voz engolada esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!

¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma,
la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra,
desde una raza a otra raza,
como pasan esas tormentas de estío
desde ésta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,

ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla,
ni un sillón viejo de cuero,
ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy
un paria que apenas tiene una capa!

Sin embargo…
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también.
Y todo mi ajuar se halla en una sala muy amplia
y muy blanca que está en la parte más baja
y más fresca de la casa. Tiene una luz muy clara
esta sala tan amplia y tan blanca…
Una luz muy clara que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas leyendo en mi libro y viendo
cómo pasa la gente al través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen
arrastrando sus miserias de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana siempre,
y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia tiene su cara en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa…
Ella entonces me llama ¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de mala gana,
ni se para en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala, muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.
Y en una tarde muy clara, por esta calle tan ancha,
al través de la ventana, vi cómo se la llevaban
en una caja muy blanca… En una caja muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana…
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre
el cristalito de aquella caja tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por este cristal de mi ventana…
Y la muerte también pasa…

¡Qué lástima!
Que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo
que ganara una batalla,
ni un sillón viejo de cuero,
ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria que apenas tiene una capa…
venga forzado a cantar, cosas de poca importancia!





Naufraga el navegante peregrino o romero, pero aún se mantiene en pie. Le queremos en pie, erguido, con la mirada alta y firme. Seguimos buscando la isla del navegante. Que nos lleves de la mano.

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Sí,
sensiblero el poeta, un poeta vagabundo. Un poeta capaz de dar la vida, Acompañadle en su duelo.

          (Cuenta el poeta una anécdota muy significativa para entender su vida   de vagabundo y es que en una ocasión se ve obligado a aceptar la limosna de una prostituta para poder comer.)