viernes, 31 de agosto de 2012

COMUNION DE PABLO


Otro día más volvieron las campanas a llenar de fiesta el aire del pueblo. La ocasión lo merecía, porque también en este caso hacía años que no se celebraba una primera comunión en Valleluengo. Pablo, el hijo de Alfonso y de Noemí (nieto de Pedro y de Marialina), lo dijo alto y claro en la radio: "hago aquí la primera comunión porque aquí la hizo también mi madre... porque me gusta el pueblo...me lo paso muy bien...me levanto, hago los deberes y cojo la bicicleta y sólo vengo a casa a comer y a dormir..." Enhorabuena, Pablo.
Fue un día completo, perfectamente organizado, un día de convivencia, de encuentro, disfrutando todos juntos: familiares - amigos - los peques y los  mayores. El sol no se apiadó y se empeñó en vencer la resistencia de las sombrillas, pero ni por ésas consiguió vencer en ningún momento la ilusión y las ganas de fiesta de los que estábamos allí .




Allí se dieron cita los mejores repicadores: Manolito, José Toribio, Jesús y Ricardo - cargado de años y no lo dudó ni un momento, subió las empinadas escaleras de piedra y la gente comentaba desde abajo: "hace hablar a las campanas..." - 







Hacía años que no había tantos rapaces en el pueblo. Alguien me dijo que había contado 25. Yo he echado mis cuentas y he anotado casa por casa los muchachos menores de 14 años, hijos o nietos de todos aquellos que vienen habitualmente al pueblo, sólo de los que suelen venir al pueblo, y me salen 59 (por supuesto, he contado también a los que aún no han nacido, pero que ya están llamando a la puerta). Una pasada. Un motivo más para la esperanza. Ahí está el futuro del pueblo: "...porque me gusta el pueblo y me lo paso muy bien..." Eso es. Las raíces hay que fortalecerlas y asegurarlas desde que el árbol nace.












Allí en la calle, bajo la protección de las sombrillas, dimos cuenta de aquella paella tan rica. Pues claro que repetimos. Enhorabuena a los cocineros y a quienes tuvieron la feliz idea de organizarla de esa manera.








Una de rancheras. "...había una rancherita / que alegre me decía...", "...México lindo y querido..." Se entregaron a fondo y cumplieron. Demostraron con creces sus dotes de mariachis curtidos, aunque al día siguiente no podían con la voz...


La sobremesa fue larga y fue una muestra palpable de la alegría que se respiraba en el ambiente. Un día de fiesta, de encuentro amigable, difícil de olvidar. Un día más marcado en el calendario de los acontecimientos importantes. Un día para apuntar en la memoria de la esperanza de un pueblo que, poco a poco, va recuperando el pulso perdido de la historia. Un pulso que ya lo estamos ganando.




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