A mí eso de apañar castañas me pareció siempre un trabajo penoso e ingrato. Debe ser porque lo asocio con aquella tarea que había que hacer todos los días antes de ir a la escuela: recoger las castañas que se habían soltado por la noche, soportar las madrugadas frías, ya con heladas, los picos de los pellizos que se clavaban entre las uñas, las manos agarrotadas... ¡Las manos, ay las manos!, enturonadas, coloradas por los sabañones, las heladas... igual que cuando íbamos a por los nabos... las manos dobladas bajo los sobacos (axilas) o metidas entre las patas del burro, buscando el calor...¡pobre burro, encogiéndosele... el aliento, pero aceptando sumiso aquel sacrificio supremo...
Sin embargo, ahora ha sido distinto. Daba gusto desbagar (abrir) los pellizos y llenar la cesta con las castañas gordas y relucientes. El tiempo acompañaba, días de sol y temperaturas agradables.
El castaño de Pura, uno de los ejemplares mejor conservados |
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