sábado, 3 de diciembre de 2022

CUENTOS AL CALOR DE LA LUMBRE.



 "...Y he visto:

que la cuna del hombre la mecen con
cuentos.
que los gritos de angustia del hombre
los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan
con cuentos,
que los huesos del hombre los 
entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos..."
LEON FLIPE (Poeta nacido en Tábara)

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Yo conservo la memoria de aquellas noches negras (está oscuro como la boca el lobo...) cargadas de miedo y de misterio. Yo vivía en casa de mi abuela y, al ir por la calle abajo después del rosario, sobre todo si eran noches de novena, de las ánimas pongamos por caso, pues yo veía fantasmas por todas las esquinas, que no desaparecían hasta que no estaba instalado cómodamente al calor de la lumbre. Es que la buena de Bernardina, con la mejor intención del mundo, ilustraba las novenas leyendo alguna historieta de ánimas que nos contaban con todo detalle el suplicio al que estaban sometidas por sus pecados... y ¡coño! aquello se te incrustaba entre las entretelas de la piel, te alteraba los miedos y, desde luego, no era el mejor somnífero para conciliar el sueño.

Los cuentos iban en la misma dirección: agitar, remover los fantasmas del miedo, porque los miedos eran necesarios y eran buenos para conseguir individuos dóciles y obedientes, sometidos a la voluntad de los superiores jerárquicos, a las autoridades y al poder.
Me acuerdo del contenido de cuentos de lobos y trataré de traer aquí alguno de ellos.(Realmente nos los contaban como que hubieran ocurrido de verdad. Yo los cuento tal como los oí. Habrá alguna cosa, nombres, etc, que yo me invente, pero es lo de menos, porque no alteran el contenido de lo que narraban)

I.- SOCORRO, QUE VIENE EL LOBO!

"Erase una vez

un lobito bueno

al que maltrataban

todos los corderos..." 

JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO

Reserva de lobos en Robledo (Puebla de Sanabria)


¿Dices, historias de lobos? ¡Uy de mina, las veces que se lo habré yo oído contar a mi abuela! Siempre a vueltas con el lobo, y siempre, al pobre animal le tocaba ser el malo del cuento. Aquellas noches largas de invierno nos poníamos todos acurricadicos como una piña al amor de la lumbre, con un buen burrayo, eso sí, gracias a Dios, que frío no pasábamos; si eso, metías un leño más y ya está. Bueno, pero a lo que voy, que me enredo yo sola. Mi abuela nos contó lo que le pasó al ti Ambrosio un día de finales del mes de noviembre: Dice que era un lunes de feria en Mombuey y que él, que pa entonces era un rapá pequeño, pues fue con su abuelo, el ti Andresote, los dos montados en el burro. El ti Ambrosio iba más contento que unas castañuelas. Toma, claro, es que en aquellos tiempos ir a Mombuey era como ir a la capital.

Reserva de lobos en Robledo (Puebla de Sanabria)
Y el caso es que al llegar a las Viñas de Garrapatas (Bueno, hija, tampoco te pongas así de espléndida, a mi que me perdonen, pero antes el pueblo se llamaba así). Pues, lo que digo, que al llegar allí el burro se encabritó, se plantó de golpe y ni pa lante ni pa tras. No había manera, por más que el abuelo le arreaba sin compasión con la cacha. El burro, con las orejas tiesas, la cabeza empinada pa riba, con los agujeros de la nariz abiertos como bucalones. Al rato escucharon como unos aullidos lejanos, pa la parte de Peque. En aquella dirección se divisaban unas nubes negras y apelmazadas, que parecía como si estuvieran posadas sobre los picos de la sierra. Al abuelo no le gustó nada aquel panorama, que aberruntaba nieve y, vete tú a saber si no les pillaría en algún momento del día.


(Enguarina o anguarina. Esa especie de abrigo era la prenda que usaban los hombres durante el invierno. Era un abrigo confeccionado en tela de pardo. El ti Andresote iría vestido de esa guisa. El ti Ambrosio, lo más seguro es que llevara una manta, de las que se llamaban tapabocas.)

(Centro de Interpretación del lobo 
Robledo)

Por fin, parece que el burro se avino y, como cesaron los aullidos, continuó el camino.
A media tarde, empezaron a caer las primeras chispas de nieve. Menos mal que pa entonces ya habían cumplido con la feria, quiero decir que ya habían dao cuenta de la ración de pulpo y el cuartillo de vino. También habían comprao ya la docena de sardinas pa cenar.  Así que, una vez aviaos, se pusieron en marcha de vuelta pal pueblo. Atrás dejaron la villa y, a medida que avanzaban, el camino se iba cubriendo cada vez más del manto blanco.




Cuando llegaron al valle de Palazuelo caían copos como puños. Al burro le costaba subir la cuesta hasta remontar la Raya. Y debió de ser allí mismo, en mitá del cuesto, donde aparecieron los malditos animales.

Menudo susto, hija... Debían de ser, por lo menos tres lobos. Uno de ellos, dice que fincó el culo en mitá del camino y que de allí no se movía. Los otros dos daban vueltas alrededor del burro, se cruzaban por delante, se restregaban sobre las piernas del abuelo y del rapá.

El ti Andresote gritaba: "¡Socorro, auxilio, que nos atacan los lobos, que alguien nos ayude! Ya ves tú quién le iba a oír, viendo la hora y el lugar donde estaban. La noche se les echaba encima y cada vez se cerraba más con la cantidad de nieve que caía. Tanto el abuelo como el pobre nieto se desgañitaban, hasta que, claro, luego pasó lo que pasó. Fuera por el susto o por el esfuerzo que hicieron, el ti Andresote se quedó mudo como una pared. Se le puso una cosa en la garganta que no era capaz de pronunciar ni una palabra. Y el ti Ambrosio también tuvo pa él. ¿Por qué te crees que es tatarión?
El que sí se defendió como un valiente fue el burro. Dice que uno de los lobos le estaba mordiendo y tirando del rabo y el burro no se lo pensó dos veces, levantó las zancas y al lobo no le quedaron ganas de enredar, lo despanzurró. Y los otros dos reaccionaron, vamos, que debieron aprender la lección. Como si jugaran al escondite, se marchaban, volvían, intentaban atacar sobre la cabeza y el pescuezo del burro. Parece que los viajeros, aunque seguían cagaos de miedo, espabilaron y empezaron con trucos que habían oído de nantes: el abuelo sacó una caja de cerillas y, cada vez que asomaba alguno de los lobos, encendía una y ¡patas pa qué os quiero! El rapá se quitó el tapabocas y empezó a arrastrarlo por el suelo y eso también los espantaba.
La cosa es que cuando ya se avistaban los primeros castaños divisaron una luz a la altura de las Carboneras, al lao de la bodega de Celestino. Podía ser la luz de un farol. Los lobos dieron un último espantón y desaparecieron. Y en ese momento todo el mundo se puso a gritar, ¡Ay Diosico hermoso, virgen santa de la Carballeda! ¡Ay el mi Andrés, Ambrosio, hijo! Venga, venga, que ya pasó todo. Alguien subió a las campanas y tocó a arrebato. En unos minutos ya estaba allí arremolinao todo el pueblo en persecución de los malditos lobos.


NOTAS: Supongo que muchos habréis oído contar esta historia de maneras distintas. Yo la he situado en este lugar, porque lo conozco mejor que el territorio donde me contaron que había sucedido. Parece que le ocurrió a alguno de los que se dedicaban a la venta ambulante o similar en la comarca de la Cabrera Baja.
En Donado, pueblo de La Peregrina, en la casa donde recuerdo que pernoctábamos alguna vez, contaban que la dueña de la casa se había quedado muda por un percance que había tenido con un lobo.
En Mombuey se celebraban ferias todos los lunes del año. En Rionegro había tres al mes: los días 1, 10 y 22. El camino para ir a Mombuey partía del pueblo desde Traslugar o por la Chana. Llegaba a Palazuelo (San Mamés), cruzaba las viñas de Santa Eulalia y desde asquí enlazaba con lo que se conoce como Camino de Mombuey. (No tiene pérdida).
El miedo a la noche, sobre todo, a viajar en aquellas condiciones en la noche, era real y era fuerte. Mi abuela, como todo el mundo de aquellos tiempos y lugares, antes de ir a la cama pasaba por debajo de la Tinada (Tenada) y, cuando se incorporaba, miraba al cielo en esas noches sin luna ni estrellas y siempre decía lo mismo: ¡Pobres de los que andan por los caminos, que Dios se apiade de ellos...!


To be continued
(Continuará)


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