sábado, 9 de febrero de 2013

XI.- EL BAR O EL CPU.


El bar del pueblo (el CPU  - Club Pueblo Unido -) era el epicentro desde el que se movía todo. Era la base, fue el centro de operaciones. Un lugar de encuentro y de convivencia, de camaradería. Los mejores ratos y los mejores tragos. Es difícil entender todo lo que sucedió en Valleluengo durante todos aquellos años, si no hubiese existido el bar. En la memoria de los días y las noches del mes de agosto permanecen los recuerdos imborrables de las cenas, las partidas del tute cabrón, las reuniones, las chácharas de sobremesa. El bar fue la clave, jugó un papel fundamental en la vida del pueblo. 

LA ESCUELA VIEJA

El local que ocupa el bar fue en su día escuela, fue la escuela vieja. Yo no sé cuándo fue, no me he documentado sobre las fechas en que se construyó, pero sé que los que andan rondando ahora los 90 asistieron de rapacines a esa escuela con la maestra Dª Filomena. Eso quiere decir que nos metemos a finales de los años 20. Yo no sé, pero tiene toda la pinta de haberse construido bajo el influjo de la corriente cultural que entonces inundó España (años de la República – 1931 / 1936 –, una de las épocas en las que más se apoyó y se extendió la escuela pública). Lo que yo sé es que se levantaron las paredes sobre un solar que antes había sido una charca (“traíamos las carretas de bote en bote, llenas de rebollos, de la Raya… los echábamos allí… y se tragó unas cuantas carretadas…” – me lo contó Isidoro Toledo). Y sé también que, tanto la escuela como la casa de la maestra (que ocupaba lo que es ahora la cocina y la terraza) las construyó el pueblo (aportación vecinal). 

Yo, ¿qué queréis que os diga?, pero recuerdo con nostalgia aquellos años y aquellas paredes. (Bueno, para ser justos, no todo son nostalgias, ¿vale? Todo no. Aquel bofetón de doña… o la vara ligera de fresno sobre los dedos en punta… o el mismo “Cara al sol”, etc, etc., … Nos entendemos ¿no?.. Pues, claro, eso como que no, a mí esas cosas no me conmueven los sentimientos de las nostalgias). 

Foto enviada por Emiliano a Foro
Valleluengo (2008). Me permito
publicarla sin tu permiso. Te
debo un cubata... o dos.

Sí, efectivamente, allí estábamos amontonados los rapaces y las rapazas, mezclados como sardinas en lata (contad los que hay en la foto, 49 más la maestra). Luego aparecen las anécdotas, muchas y variadas. Yo, entre otras cosas, me acuerdo del frío. No había calefacción (las yemas de los dedos esperando el aliento caliente de la boca para desentumecerse y poder manejar el pizarrín para escribir el dictado o las cuentas sobre la pizarra –no el encerado, no, me refiero a la pizarra de mano, que llevábamos cada uno–). La primera estufa de leña la pusieron siendo maestra una tal Dª Emilita (¿año 1955?). Debajo de la mesa de la maestra había un brasero y los más espabilados, los que ya rondaban o pasaban de los 14 y les asomaba  la sombra del bigote (como si fuera una credencial o un salvoconducto que les daba alas al atrevimiento), se arrimaban sin remilgos buscando el calor agradecido de las brasas y, claro está, más de uno se “calentaba” más de la cuenta. Años después les he oído comentar a estos mismos que las maestras de antes sí que “enseñaban”, ¡dónde va a dar con las de ahora! (Y es que las mujeres, incluidas las maestras, no empezaron a utilizar el pantalón como prenda de vestir hasta finales de los años 60). 


Y AQUELLO SE PUSO EN MARCHA

 La verdad es que daba un poco de no sé qué convertir aquel local en bar, casi sonaba a profanación. Un lugar donde antes hubo el silencio y el respeto. Pero no había otra opción. Cuando empezaron a removerse las aguas y todo aquello del pueblo empezó a rebullir con propuestas, con iniciativas, etc., se echaba en falta un lugar, un espacio donde reunirnos y hablar. Y ese fue el origen. De ahí partió la idea[1]. – “Tenemos la escuela vieja…” – “Ya, pero, la gente… ¿qué dirá la gente?... ¿y el Ayuntamiento?..., porque, aunque el local sea propiedad del pueblo, el Ayuntamiento reza como administrador…” – “Y los permisos… (que no nos olvidemos de que Franco seguía con sus “monterías y sus cacerías” por los montes y los llanos…, que lo de la flebitis (de eso murió ese señor) no le tocaría hasta bastantes años después… y acuérdate de que estaban prohibidísimos en aquel entonces los derechos de reunión, asociación etc….)


A pesar de todo, nos pusimos en marcha, rompimos las barreras y nos arriesgamos. Aprovechamos los puentes del Pilar hasta las vacaciones de Semana Santa de aquel año y se hizo la obra mayor: el suelo del bar (antes de tabla, ahora hormigonado), la barra, las paredes –enfoscar, encalar– … y allí empezó todo. Puedo dar fe de que yo nunca he visto tanto derroche de energía, tanta ilusión a flor de piel. A tope, todos a tope. Daría el nombre de todos, como homenaje y reconocimiento. Quedó constancia de todo aquello en el nombre. Un nombre exacto y preciso para el objetivo o para el ensueño del proyecto que empezaba: “Club Pueblo Unido”, el nombre o logotipo sobre el frontispicio de la barra y grabado en el cartel luminoso de la entrada. (Artistas, artistas de corazón, que no se dan ni una pizca de importancia, que diseñaron, pintaron o grabaron los nombres, y que ahí los tenéis cada agosto echando la partida o tomando unos vinos…)


Después siguió la ola incontrolable que nos llevaba y que nos arrollaba en los aires de aquellos años mágicos. Continuaron muchas manos más y fueron otros ánimos de otras generaciones, que también vinieron con ganas y con el empuje suficiente para que las risas no se apagaran, de manera que todo aquello cuajó y salió adelante. 


AHORA, A VER CÓMO NOS ORGANIZAMOS (ORGANIZACIÓN, ESA ES LA CLAVE) 

No todo era coser y cantar. Había que encauzar aquel raudal de sentimientos desbordados. Las primeras dificultades se estrellaban sobre las barreras de las burocracias. Los permisos. ¡A buena parte nos vamos a ir si los papeles no están en regla! (Los guardias anduvieron “pescudando” por ver si aquello reunía los requisitos legales y, de paso, ver por dónde nos podían meter mano – órdenes superiores, se justificaban ellos –). Se solicitó la licencia correspondiente al gobernador civil, con la autorización y visto bueno del Ayuntamiento (ver copia adjunta). 





Superados los escollos de los permisos, es necesario atender a la dinámica del funcionamiento, de manera que se moje todo quisqui y que no penquemos, o sea, que los balances no nos salgan negativos. Creo que todos entendimos perfectamente que aquel invento, que no tenía ni amos ni criados, porque era un empeño colectivo, sólo podría funcionar si conseguíamos ponernos de acuerdo en una serie de requisitos mínimos. Y así sucedió. Partíamos de la asamblea. Cada agosto era lo primero que se hacía. En los primeros días nos reuníamos, se hablaba, se elegían responsables y se decidían cosas como las siguientes: 


· La junta directiva, (tres personas) se encargaba de las compras, de los pagos y del control diario de los ingresos. 


· El listado de camareros/as. Dos cada día, no había día que no hubiese gente dispuesta. Puede que algún sábado o domingo noche, pero enseguida salían repuestos. (Os recuerdo que eran mayores las tareas entonces, no había agua corriente y había que buscarla en la fuente). 


. Se consensuaban los precios de las consumiciones.

· Se ajustaban las normas. – La barra estaba reservada en exclusiva para los camareros/as de turno o la junta directiva (prohibido que nadie entre a servirse o a servir, a pagar o a cobrar… eso es coto cerrado de la pareja de camareros/as).


· Los ingresos se anotan en el libro diario, firman los camareros/as, certificando la recaudación del día y firma el tesorero el recibí. 


· La junta da cuentas cada año a la asamblea sobre la gestión de ingresos, gastos y movimientos bancarios.

. Y las llaves... Sólo había una llave. Cada pareja de camareros/as entregaba a los que entraban al día siguiente la llave y el dinero en monedas para los cambios.

Y aquello funcionó. Los balances fueron suficientemente consistentes como para permitirnos el lujo de aquellas orquestas en las fiestas y poder sacar también para las obras de rehabilitación del edificio[2]. 








[1] Para ser justos, había además otros motivos. En aquellos agostos había pocos días –pocas noches–  en las que la mayoría de los muchachos del pueblo se quedaran quietecitos y sin hacer bulla en el pueblo. Había dinero para gastar y raro era el día que no estuvieran en carretera, cenas y copas y peligros de que ocurriera cualquier día cualquier accidente. Ese fue otro motivo: “requedar” a los jóvenes en el pueblo… que beban en el bar, al lado de casa.
[2] El dinero de algunas obras, como el techo y las paredes de la cocina, lo ha puesto el Coto de Caza.

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