domingo, 28 de mayo de 2023

CON FLORES A MARIA

 


"Venid y vamos todos
con flores a porfía,
con flores a María,
que madre nuestra es".

Durante el mes de mayo se rezaba el rosario todas las noches en la  iglesia. Al toque de campana, una vez recogido el ganao en el corral y de haber dejado el pote sobre la lumbre, en el que se cocían las patatas para la cena, acudía todo el pueblo a la llamada.
Si alguien no asistía sería por fuerza mayor, no por voluntad. El ti Andresote lo tenía muy claro: "Me caguen, quita, quita, que con eso hay que andar con mucho cuidao y hacer muchas veces aquello que uno no quiere, pero que las circunstancias no te dejan otra opción. Ahí tenéis si no el caso que se cuenta de un tal Ramón, que le llamaban el Judas. Al hombre se le llenaba la boca, sobre todo en la taberna, y decía que a él no se le había perdido nada en la iglesia y que si alguna vez entraba sería con las patas por delante. Claro, se enteró el cura, lo llamó al orden y, como no se corregía, lo denunció a la guardia civil y... a la fuerza ahorcan". Así que con ese "por si acaso" y porque la costumbre y la tradición no se pueden alterar, pues ya está. No se hable más.
Foto: Bernardino
En Valleluengo, a falta de cura, era Bernardina la que se encargaba de sustituirle, dirigiendo y manteniendo todos aquellos actos religiosos en los que no se precisase al cura. Lo hacía para que el pueblo no desmereciese en el fervor y práctica religiosa, respecto a los demás pueblos de la contorna.

Sin que así, los rosarios de mayo eran más alegres y más lucidos que, por ejemplo, los de las Ánimas. En mayo la iglesia olía a flores, a flores del campo o a flores del huerto, como las rosas, no sé si también habría azucenas.
Cada día le tocaba a un rapá de los cursos mayores de la escuela recitar una poesía a la Virgen. Al terminar el rosario, el muchacho o la muchacha se plantaba ante el altar de la Virgen del Rosario, que ocupaba el centro del retablo situado en la capilla que, antes de la reconstrucción de la iglesia actual, había a la izquierda del cabecero de la iglesia.

Años 60. Una pobre maestra cargando con 40 alumnos en una escuela mixta (todo revuelto)

Allí, con el ramo de flores temblándole en las manos, aguantando las miradas y los bisbiseos de los demás rapaces, de su madre y de su abuela y de los nervios de la propia maestra que velaba por que todo saliera bien. El muchacho o la muchacha carraspeaba y la poesía salía, a veces a borbotones y otras en estampida.

"Amapolas, amapolas, 
amapolas encarnadas,
mi madre me dio un ramito
para ti, Virgen amada"

Campo de amapolas en Zamora

Un día me tocó a mí y, a la maestra se le ocurrió la infeliz idea de que tenía que compartir la puesta en escena con una muchacha un poco mayor que yo y con la que yo no tenía demasiado feeling (entusiasmo, cercanía...) o sea, como que no nos hacíamos tilín (ni yo pa ti, ni tú pa mí).
Yo me había aprendido la poesía y portaba el ramo de flores, pero al llegar el momento, no me moví del sitio. Me quedé clavado, convertido en estatua de sal. No sé si sería el miedo escénico o quizás uno de esos berrinches tontorrones de la preadolescencia, afirmándome en mis trece de que yo con aquella moza no trillaba.
Museo de Castrocalbón (León)
Lo peor llegó al día siguiente. No había aún asentado el culo sobre la silla en la escuela cuando sentí en mi cara el fuego de la bofetada a mano abierta de Dª..., de la maestra. Yo debí de protestar de manera más que airada, porque, a resultas de lo cual, no sólo no hubo compasión, sino que se redobló el castigo y aquel día me dejó encerrado y sin comer. Tuve la suerte de que los compañeros fueron con el cuento a mi abuela y ésta perdió el culo la calle abajo y me metió por debajo de la puerta un cacho de pan y de tocino.
Ventana del bar actual, donde se ubicaba la escuela
Esto de dejar encerrados a los alumnos en la escuela, privándoles de la comida, era un castigo que se repetía con demasiada frecuencia. Lo más incómodo se presentaba cuando la vejiga te apuraba y en aquellos tiempos no disponíamos de baño ni de nada que se le pareciese. Bueno, teníamos los huertos y los praos, pero en estos casos, la puerta estaba cerrada con llave. Os contaré un secreto: Por debajo del marco de la ventana, no me preguntes por qué, había un agujero que traspasaba la pared y desahogaba al exterior. Bueno pues los rapaces nos las arreglábamos, nos poníamos en cuclillas sobre la repisa y era cuestión de afinar la puntería sobre el agujero.


Foto: Bernardino. Fiestas de agosto.
Y las muchachas también se las ingeniaban. El suelo de la escuela era de tabla, una tabla vieja, medio carcomida que dejaba aflorar la tierra entre las rendijas y grietas que había entre tabla y tabla. Así que ese era el recurso que ellas aprovechan.


Esto no deja de ser una imagen bucólica y angelical de aquellos mayos floridos de nuestra infancia. Luego llegarán otros mayos menos agradecidos, de peor talante, que no tienen empacho en  traicionar a su propio refranero. (To be continued)
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